El relato del a conversión de san Pablo aparece en los Hechos de los Apóstoles en tres ocasiones, con algunas pequeñas diferencias, según el contexto en que se encuentra cada relato (9,1-22; 22, 5-16; 26,9-18). Esta repetición nos revela la importancia de este acontecimiento para el desarrollo de la Iglesia naciente.
¿Por qué el Señor se sirvió de un hombre con estas características? Perseguidor, celoso observante de la ley, proveniente de la diáspora, conocedor de la cultura hebrea, griega y romana. ¿Cómo logró convencerle? En el camino, derribándole de todas sus seguridades y de sus planes particulares; a través de un encuentro personal, cuestionando la razón profunda de sus motivaciones como perseguidor: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”. ¿Y Pablo cómo entendió lo que tenía que hacer? Con la ayuda de Ananías y de la comunidad. “Yo lo he elegido para llevar mi nombre a los gentiles (las naciones), a los reyes y a los Israelitas” (Hch 9,15).
Con la conciencia de ser llamado y enviado por Jesús, San Pablo compartió con todos los pueblos lo que él mismo había descubierto y experimentado: que Cristo nos amó y se entregó a la muerte por nuestra salvación, que resucitó para darnos también a nosotros la posibilidad de resucitar con él, como hijos de Dios (ver: 1Cor 15,1-11).
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