La Iglesia ha celebrado esta primera semana después de la noche santa de Pascua como un gran Domingo. Es tan grande el misterio de la muerte y resurrección de Jesús, que se nos ha ofrecido como un espacio denso y sereno para saborearlo y meditarlo de manera contemplativa.
En los primeros siglos de cristianismo, los recién bautizados en la Vigilia Pascual seguían vistiendo durante estos ocho días la vestidura blanca, símbolo de su nueva vida estrenada y de su dignidad de Nuevos Cristianos incorporados a la Iglesia.
El tiempo pascual se extiende hasta Pentecostés, son 50 días, una semana de semanas, para profundizar en nuestra vida cristiana y en la dignidad de hijos de Dios que nos otorgó el bautismo. Debemos celebrar con más intensidad la cincuentena pascual que la cuaresma misma.
Preparémonos para que Pentecostés sea la confirmación de nuestra nueva dignidad como hombres y mujeres renovados, en lo personal y como familia eclesial.
Que sepamos vivir el encuentro con los demás para reavivar y compartir nuestra fe, al sentir la presencia viva del Resucitado entre nosotros.
Demos testimonio de unidad para que el mundo crea en El Señor Jesús… como lo hizo el apóstol santo Tomás al reintegrarse con sus hermanos en la fe.
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