La "angustia y la aflicción" no pueden alejarnos de Dios. Vean las formas en que sufrimos: dolor, dudas, soledad, depresión y fracasos personales; por difÃciles que sean todas estas cargas, no pueden disolver nuestro vÃnculo con el Dios que nos ama.
La "Persecución" no puede hacerlo; nada que venga del exterior, ningún tipo de presión social, rechazo, desaprobación, difamación o vergüenza pueden alejarnos de Dios. No tenemos nada que temer, ni al "hambre, ni a la desnudez". Estas y otras privaciones materiales pueden causar un gran daño e incluso amenazar nuestra existencia; pero no nuestra vida, en última instancia, porque nuestra vida está en Cristo.
¿DeberÃamos sentirnos inquietos ante el "peligro"?
Vivimos en un mundo lleno de razones para estar inseguros: pandemias, racismo, violencia doméstica, pobreza e inestabilidad económica. Una enfermedad repentina podrÃa acabar con nuestros ahorros. San Pablo nos asegura que aunque pasen las peores cosas que podemos imaginar, estas no pueden ponernos más allá del amor de quien dio su vida por nosotros.
¿Qué tal "la espada"? La violencia ha venido siendo el estandarte de una generación que podrÃamos decir siguen la cultura de la muerte. Y Jesús mismo fue vÃctima de la pena capital, e incluso la cruz no pudo romper nuestra comunión con él. De hecho, la cruz se convirtió en el mismo puente a través del cual se logró nuestra reconciliación con Dios y sobre el cual la humanidad ahora puede pasar con seguridad para el gran reencuentro con nuestro Dios.