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  • sandraalvaradocsm

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario. Reflexión de la Palabra de Dios.


La "angustia y la aflicción" no pueden alejarnos de Dios. Vean las formas en que sufrimos: dolor, dudas, soledad, depresión y fracasos personales; por difíciles que sean todas estas cargas, no pueden disolver nuestro vínculo con el Dios que nos ama.


La "Persecución" no puede hacerlo; nada que venga del exterior, ningún tipo de presión social, rechazo, desaprobación, difamación o vergüenza pueden alejarnos de Dios. No tenemos nada que temer, ni al "hambre, ni a la desnudez". Estas y otras privaciones materiales pueden causar un gran daño e incluso amenazar nuestra existencia; pero no nuestra vida, en última instancia, porque nuestra vida está en Cristo.

¿Deberíamos sentirnos inquietos ante el "peligro"?

Vivimos en un mundo lleno de razones para estar inseguros: pandemias, racismo, violencia doméstica, pobreza e inestabilidad económica. Una enfermedad repentina podría acabar con nuestros ahorros. San Pablo nos asegura que aunque pasen las peores cosas que podemos imaginar, estas no pueden ponernos más allá del amor de quien dio su vida por nosotros.


¿Qué tal "la espada"? La violencia ha venido siendo el estandarte de una generación que podríamos decir siguen la cultura de la muerte. Y Jesús mismo fue víctima de la pena capital, e incluso la cruz no pudo romper nuestra comunión con él. De hecho, la cruz se convirtió en el mismo puente a través del cual se logró nuestra reconciliación con Dios y sobre el cual la humanidad ahora puede pasar con seguridad para el gran reencuentro con nuestro Dios.

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