Al terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace este comentario: «El que tenga oídos para oír, que oiga». Se nos pide que prestemos atención a la parábola. Pero ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador? ¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos? Tradicionalmente, los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin embargo, hoy pongo la atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo primero que dice el relato: «Salió el sembrador a sembrar». Lo hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que pueda germinar. Así siembra Jesús su mensaje, anuncia la Buena Noticia. Siembra su Palabra entre la gente sencilla, que lo acoge, y también entre los escribas y fariseos, que lo rechazan. Y nunca se desalienta.
En la actualidad vivimos una crisis religiosa en la sociedad, y podemos pensar que el Evangelio ha perdido su fuerza original sobre el hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, ahora no es el momento de «cosechar», sino de aprender a sembrar sin desalentarnos. No es el Evangelio el que ha perdido fuerza; somos nosotros los que lo estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido poder de atracción; somos nosotros los que lo alteramos con nuestras incoherencias y contradicciones. Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie. Evangelizar es hacer presente en medio de la sociedad y en el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo es la calidad evangélica que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?
Comentarios