Cuando oramos, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más limpio, más comprensivo, más generoso, va transformando nuestras actitudes negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad.
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La oración genera amor. Nos induce a la conversión interior. La oración nos lleva a hacer obras buenas por Dios y por el prójimo. En la oración recobramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones del mundo y, por supuesto, del demonio.
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 Cristo nos invita y nos lleva a imitarle en esta cuaresma. El, antes de comenzar su misión salvadora, se retiró al desierto cuarenta dÃas y cuarenta noches. Allà vivió su propia Cuaresma, orando a su Padre, ayunando…y después, salió por nuestro mundo repartiendo su amor, su compasión, su ternura y su perdón.
P. Claudio
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