En el esplendor de la nube se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.
La transfiguración del Señor es un misterio luminoso que hizo que Pedro, Santiago y Juan contemplaran la gloria de su maestro y reconocieran su divinidad. Después de anunciar su pasión y su muerte en cruz, lo que provocó en sus discípulos zozobra y escándalo, les concede esta “probadita de cielo”. Y es el mismo Padre eterno quien presenta a su Hijo transfigurado para también afianzar la fe en Él.
Esa misma fe conducirá a los discípulos y a todos los creyentes a la futura gloria de la Resurrección, ya que Jesucristo, de acuerdo con la enseñanza de San Pablo, transformará nuestros propios cuerpos miserables en cuerpos gloriosos como el suyo.
Que este misterio que hoy contemplamos ilumine nuestras mentes y nuestros corazones para vernos fortalecidos en las penalidades de nuestra vida, mientras que atravesamos nuestra propia pascua, en este recorrido hacia el encuentro con el Resucitado para participar de su Pascua Eterna.
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