Este 2020 no ha sido el año favorito para muchos de nosotros, supongo. Y debido a la situación actual de nuestro mundo, me pregunto ¿qué posibilidades tenemos para un final feliz de este 2020? Desde que empezó esta pandemia, tantas cosas no favorables, han sucedido, no solamente a nivel mundial, sino también personal. Seres queridos han enfrentado la enfermedad, y algunos otros han visto la muerte de muy cerca. Vecinos y conocidos nuestros, se han visto también afectados debido a las consecuencias de esta crisis mundial, algunos han perdido su trabajo, y otros por la enfermedad se han visto inhabilitados para seguir produciendo. En cada familia hemos vivido la problemática de distinta manera; la soledad, la desesperación, los vicios, el divorcio, la falta de vivienda… todo esto se ha hecho presente en medio de nosotros. Hay muchas personas que completamente han perdido la esperanza.
Mas, sin embargo, hoy desde el desierto, se oye un grito de buenas noticias: ¡Preparen el camino del Señor! Esta es una declaración muy significativa. La invitación a preparar “El camino del Señor” no es desde los “lugares sagrados”, ni desde las oficinas de gobierno. La mayoría de nosotros ponemos nuestra esperanza en estas instituciones, como si tuvieran el poder de salvarnos. Pero el mensaje profético de las Escrituras siempre ha insistido en que la religión no nos salvará, ni enderezará la economía, ni promoverá el estilo correcto de gobierno. Ni los esfuerzos humanos, ni las instituciones nos aseguraran el estar libres de enfermedades o inmunes al sufrimiento, ni liberados de la muerte.
La invitación al cambio es desde el desierto. El desierto es un lugar donde NO queremos estar, porque no hay manera de sostener la vida humana allí. Al menos no hay manera humanamente posible, tal vez recordemos el tiempo en la que Dios sostuvo a una nación en el desierto durante 40 años, proporcionándoles agua, pan, carne y protección. Dios elige trabajar en el desierto a favor nuestro, porque una cosa si está clara: Si sobrevivimos al desierto, es por voluntad y deseo de Dios.
Juan el Bautista habla desde el desierto para ser el mensajero de noticias maravillosas. “Enderecen sus senderos”. Somos el camino del desierto por el que el Señor desea caminar. Nuestros corazones son los lugares ásperos que deben resanarse para que Dios llegue. Si no preparamos nuestro corazón, nuestras vidas seguirían siendo un paisaje estéril, un camino desértico. Dios no puede coexistir con el odio, la dureza del corazón, la envidia, la arrogancia o el espíritu de violencia. Dios vive en el espíritu de amor, humildad, perdón, misericordia, paz y gozo.
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